Llegó por la mañana el viajero y la tierra, que barría la escarcha le dijo: «¿Qué quieres?». «Quiero la calma ―contestó―, ¿la tienes tú?».
―No, yo no. Sólo soy un ama de cría. Te ofrezco la vida que mecen el sol y la lluvia, te dejo crecer. Si quieres la calma búscala tú.
Siguió su camino el viajero y, cansado, se acercó a sentarse en los ribazos que dibujan los pastos; una piedra curiosa le sonsacó: «¿Qué buscas viajero?». «La calma, ¿la tienes tú?».
―No, yo no. Ni mis hermanas tampoco. Contemplamos la vida y aprendemos del monte. Nosotras te contamos la historia. Si quieres la calma búscala tú.
Más tarde, atraído por un aroma seductor, se adentró en un bosque de enebros y encinas. «¿Qué persigues? ―preguntaron». «La calma, ¿la tenéis aquí?».
―No, aquí no. Bailamos con el viento y los pájaros al compás de cencerros. Te ofrecemos la música. Si quieres la calma búscala tú.
Y siguió el viajero caminando y encontró una casa noble que preside el valle. La entrada se interesó: «¿Qué deseas viajero?». «La calma, ¿la tienes aquí?».
―No, aquí no. Tengo cobijo y descanso. Te ofrezco mi techo. Si quieres la calma búscala tú.