Las notas que tengo a partir de aquí ya no responden a ningún orden, ni tampoco a necesidad alguna de describir síntomas o estados emocionales.
El camino fue difícil, a qué negarlo, y los recuerdos duros. Los días pasaron despacio. La enfermedad siguió su curso y hoy, aunque siga en zona de peligro, ya estoy sana.
La Grieta
Si mi casa no tiene vicios,
ni ofrendas que cumplir;
si no se recuesta el tejado
para cubrir mis sonrojos,
ni se alza el silencio de los muros
para esconderme de intenciones;
si nunca fueron troneras mis ventanas
ni sus cerrojos rencores,
entonces…
¿a qué la grieta?
¿Qué abandono la retuerce,
pretende liberarme o me castiga?
¿No compete a los cimientos
alcanzar la armonía de emociones?
¿Será, acaso, tanta piedra
un trampantojo?
No se ahogaron mis miedos encerrados,
ni templaron jamás tributo alguno
aquellos mantras compartidos.
No hubo remedio providencial
que sofocara mi odio,
ni bebedizo que conciliara
amor y enojo.
No supe de ayuno sin esfuerzo,
ni de catón donde aprender
a moverme con celo
en los afectos.
La desidia preventiva de mi especie
ocupó sin preguntas mi morada.
Di la gracia, cual dios, a la estructura
y caí en el encierro de la nada…
No pretendo el amparo de un legado venenoso,
ni piedad que alivie desazón.
Sería vano entregarse a la quietud
desde esta suerte,
entonces…
¿qué otra cabe?
Aún en ese claroscuro
cabe el verbo,
derramar el momento y encontrarse.
Cabe ahondar
en la grieta
hasta salirse.
Habitar el dolor y completarse.