Suele contarse los cuentos antes de escribirlos. Junta frases en su cabeza para ver si concilian. Las palabras están por todas partes, en una luz atravesando una rendija o en la aspereza de la madera virgen. En las campanas de la iglesia o en el humo de un cigarrillo encendido. Sólo tiene que atraparlas, digerirlas y esperar. En ocasiones, una de ellas, si no tiene fuerza en soledad, vaga huérfana días y días en espera de otra con quien enlazar.
Anoche, una entradilla que escuchó en el telediario se coló directamente a su estomago, “27 llamadas por hora al 016”, y ahí está, aún no sabe que hacer con ella.
Esta mañana, con el timbre del despertador una oración entera se paró en su frente. La senda del baño. El día se prometía fértil, le pareció el título sugerente de un relato. Lo escribió en mayúsculas encabezando la página y se fue a desayunar. Una hora más tarde ninguna palabra había salido a su encuentro. En su mente se balanceaba sola la frase de anoche, la escudriñó una y otra vez buscando una alianza con su escrito, pero fue inútil. Mientras esperaba, pensó en ocupar su tiempo con otras tareas y poco a poco aparecieron algunas.
Doméstica, llegó con el sistema de apertura retardada en la lavadora, y Polvo, aunque la vio en la mesa del salón, traía de coletilla la cuarta acepción y tenía más aspecto de Nieve. Tratos, Reducir y Malos, las trajo de la calle cuando volvió de su paseo. Dejar, De y Frecuentar, vinieron sin saber por donde, reclamando un espacio delante del título. A Violencia y Consumo, las encontró entre las cartas cuando abrió el buzón y Respeto era la anilla metálica que agrupaba las llaves.
El resto del día nada, como si se hubieran secado sus sentidos, no ha conseguido hilarlas. Ahora, de repente, cuando había encontrado un cabo del que tirar, un obsceno interrogante ha recubierto su maraña y la está empujando a desistir:
¿Será quizás que este cuento, no quiera ser contado?