La cancioncilla doblaba la esquina antes que ella: “Antón, Antón, Antón pirulero…” Ausente de todo, de todos. “…cada cual, cada cual…” Cada día encerrada en el mismo mantra, “…que atienda su juego…” en la cola del pan, en la sala de espera del ambulatorio… “… y el qué no lo atienda…” la insistencia llegaba a ser molesta. “…pagará una prenda…” Llevaba gafas oscuras y mangas largas. Siempre sola. “Antón, Antón,…”
La letrilla de las narices te cambiaba de acera. “…Antón pirulero,…” Ojalá se callara. “… cada cual, cada cual…” Fastidiaba encontrártela. “…que atienda su juego…” Molestaba oírla. “… y el qué no lo atienda…” ¿Por qué no se quedará en casa? Mejor sería no verla. “…pagará una prenda…”
Un día ya no salió.