Le pareció reconocerla pero no se atrevió a preguntarle. Un pañuelo a la cabeza resulta tan infranqueable como la puerta cerrada de un armario. Sus mejillas sonrosadas delataron la irremediable, igual que absurda, necesidad de equivocarse. Pero un gesto de asentimiento y las respuestas en los campos profesión y domicilio confirmaron sus sospechas.
La palabra compasión le ruborizó el corazón solo un instante, apunto estuvo de desecharla por obscena, hasta que se arriesgó a mirar, alzó la vista y permitió a su pensamiento cambiar rubor por poesía.